POEMA
Nombré tus ojos
Callaba el sol
Con su melena dorada,
Callaba la luna
Sentada en el río,
Callaba la luz
Mientras tus ojos me hablaban.
Las horas pasan como las abejas de flor en flor
Pinchan a los niños de nuestros sueños
Y si encuentran un punto débil,
Allí, muerden la carne indefensa
Chupando la vida, dejándonos su veneno,
Para mirarnos en el espejo y salir luego
Con la angustia de la mordedura del tiempo
En nuestra cara.
El tiempo se encierra en tu boca,
El silencio aplaude lleno de saliva.
Nos ponemos cremas en el rostro
Para curar la superficie del reloj.
Un botiquín de olores que cuestan un riñón:
Crema de día, crema de noche,
Todas se queman a la luz del sol.
La abeja avanza subiendo los escalones
Sin mirar cual será su siguiente presa,
Mientras veo, en los recuerdos
Las manos de la infancia
Latiendo en mi interior.
La voz humana del silencio abría su canto,
Era una alegre mañana de diciembre, en la que
La ternura era amasada por el dolor de la carne.
La madre tierra bebía la luz de un nuevo amanecer,
Y canto el agua, descubría en sus ojos cómo nacía
Sentada en el mar de mi frente
La niña de trenzas y piel temblorosa
Y un corazón largo de jardín florido.
La recuerdo con su sonrisa detrás del viento,
Con sus vestidos de juegos sin prisas,
La tengo en mi recuerdo, su cara cogida
A mi cintura, sin romper el latido.
Sacrificar la mirada presente,
Quien no recuerda no siente el calor
El temblor de los dias,
La llaga que el beso dejó
En la página de su historia.
Recordar, vivir en un mar sin orilla,
Sin contar las estaciones del agua,
Sin mirar el sonido de la espuma,
Entrar en el cristal de una nube,
Abrir la puerta del dolor,
Buscar el lugar del corazón
Más rojo para recordar.
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